martes, 16 de septiembre de 2008

Una visión de la crisis Boliviana

Tomada de la edición impresa del 15 de septiembre del 2008
Guerras de baja intensidad
ALEJANDRO MOREANO

amoreano@telegrafo.com.ec


En los '80 del siglo XX, EE.UU. diseñó una estrategia, LOW INTENSITY CONFLICT (guerra de baja intensidad), uno de cuyos objetivos era derrocar gobiernos revolucionarios y/o progresistas.

La guerra de baja intensidad contra el gobierno sandinista surgido de la revolución de 1979, no comprendía un triunfo militar. Los "contras" de Nicaragua no pretendían derrotar al gobierno sandinista sino una acción de desgaste para sumergirlo en una continua crisis política hasta debilitarlo y derrotarlo en elecciones.

En Bolivia, los "contras" han sido sustituidos por la rebelión de las prefecturas de Santa Cruz y de la Medialuna con el pretexto de la autonomía.

Sin embargo el separatismo no es posible por su inviabilidad económica y el rechazo de los países vecinos y de toda Latinoamérica. ¿Qué persiguen entonces? ¿Un golpe de Estado civil?

Las acciones violentas de la derecha -ataque racista a organizaciones campesinas y populares, toma de instalaciones oficiales, petroleras y gasíferas, atentados contra el gasoducto-, parecerían mostrar un escenario de golpe de Estado. Sin duda, los Prefectos y Branco Marinkovic apuestan esa carta.

"Nebot y Arregui quieren fortalecer por todos los medios la Opción No en Guayaquil"
Empero, creemos que el mismo es poco posible, luego del aplastante triunfo de Evo Morales en el Referéndum y de la gran movilización social en toda Bolivia, incluidas las regiones campesinas de la Medialuna. Tal golpe de Estado requeriría de una dictadura pinochetista que masacre a la población de modo sistemático y masivo, condiciones que no son posibles hoy. Ni las FFAA ni Latinoamérica lo aceptarían. Más aún, la tortilla podría voltearse y el pueblo boliviano ganar la guerra civil.

Lo más probable es que se haya iniciado una guerra de baja intensidad cuyos objetivos sean el acelerado desgaste de Evo y un golpe mortal a la integración sudamericana.

En el Ecuador, al parecer, la oligarquía y la Embajada han elegido un camino similar. ¿De qué otra manera entender que el Alcalde Nebot presione por el triunfo del NO sólo en Guayaquil y Monseñor Arregui lance una movilización político-religiosa, que no ha sido asumida por los Obispos de Quito, Cuenca y otras provincias?

La decisión de Arregui es insólita, atentatoria a la verdadera fe cristiana, claramente subversiva: cierre de misas e iglesias el Domingo, misas campales, procesión del Cristo del Consuelo solamente dable en Viernes Santo... en una actitud que nos recuerda al Obispo Schumacher y su feroz rebelión contra el alfarismo.

El objetivo de Nebot y Arregui es fortalecer por todos los medios la Opción No en Guayaquil –la dan por perdida en el país-, que sería presentada como una oposición a la nueva Constitución para legitimar una acción de desobediencia civil, la convocatoria unilateral –similar a lo que ocurrió en Bolivia- a un Referéndum para aprobar algún Estatuto autonómico, el juego al separatismo, la movilización violenta.

Guayaquil no tiene ninguna posibilidad de vivir sin el Ecuador. Se trataría de iniciar una guerra de baja intensidad con toda la secuela de muerte y destrucción...

La población de Guayaquil –en donde puede triunfar el Sí- tiene la responsabilidad histórica: o hace valer el evangelio de Cristo o se convierte en una fuerza de choque de Nebot y Arregui.

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